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Opinión || Benjamín M. Ramírez

by Redacción tijuanaenlinea

LA NOCHE DE LOS NAHUALES

+ ENTRE PRIETOS Y ACHICHINCLES EN UN PAÍS “CHINGÓN”.

 

Con el fin del periodo de pre-campañas y las actividades de las coaliciones de partidos políticos en busca de simpatías y cacería votos el ambiente generalizado en el electorado se encuentra en una apatía y pereza en el pandemónium. Los actores políticos no han podido conectar con el electorado.

 

Al ciudadano común no le importan las eternas promesas de campañas: “Ahora sí vamos a velar por los intereses de todos”, “Hoy te sentirás más seguro”, “Bajaremos el IVA y el ISR”, “Prietos que no aprietan”, “¿Quién ha impulsado los aumentos de las gasolinas? Yo mero.” Y otras sempiternas promesas de la cruzada electoral que quedaran en la indiferencia y el olvido. Otras son las prioridades ciudadanas y nadie se atreve a verlas ni atenderlas.

 

Miguel Ángel Mancera, Jefe de Gobierno de la Ciudad de México se ufana de forma jactanciosa de presumir que en la CDMX no existen actividades registradas de la delincuencia organizada porque el gobierno —en la ciudad capital— no acepta competencia. Meade apenas se percata del clima de inseguridad que envuelve al súbdito en el reinado de terror y opresión de una delincuencia muy bien organizada frente a un gobierno “desorganizado” e inoperante a propósito. Anaya no le preocupa porque mantiene a su familia en Atlanta y manipulando la “Fundación por más Humanismo”, con dudoso proceder.

 

Da la impresión de que los altos índices de violencia y la imparable actividad de la delincuencia común y organizada no tienen fin. Las fuerzas del orden han sido rebasadas en sus intentonas por aparentar un combate frontal y efectivo. No hay quien detenga este baño de sangre en la que, —propios y extraños— se han visto inmersos y afectados. Aquí, desaparecen. Allá, muere una usuaria durante un asalto en la sucursal bancaria. Más allá, se oyen los lamentos de los fieles que han perdido a dos sacerdotes.

 

Los célibes inmolados fueron a un baile —a disfrutar—, o a buscar promotores musicales que los lanzaran al estrellato. Falsas son las declaraciones del purpurado al intentar contradecir y desvincular los dos homicidios de sus clérigos sacrificados por venganza del crimen organizado tal como lo declarara el fiscal general del estado de Guerrero, en sus declaraciones también amañadas y desarticuladas.

 

Es cierto que nada impide a un presbítero a asistir a un baile popular celebrado en la tierra mítica de Juliantla, del extinto Joan Sebastian, aunque tampoco es común que un célibe participe en este tipo de eventos multitudinarios en donde alcohol, drogas y crimen se dan cita de forma consuetudinaria. Como rezan en mi pueblo “si no hay cadáver la fiesta no estuvo buena”.

 

Dos trenes son los que chocan en la diócesis de Chilpancingo-Chilapa, la Iglesia y la Fiscalía General de Guerrero. El primero, con sus intentonas por encontrarle sentido a la inmolación de los célibes. El segundo, con un tortuguismo oficial que pretende aderezar la ola de violencia que envuelve a los guerrerenses y vincularlos como el efecto de pertenecer a un bando o a otro, dentro del organigrama del crimen organizado que tiene sus huestes apuntaladas en la Tierra Caliente, con plazas al rojo vivo.

En otro orden de ideas, los que se han perpetuado en el poder y engrosado sus cuentas bancarias a cargo del erario público les cuesta creer que el pueblo dormido y “jodido” o “fregado” tiende a despertar del insomnio que lo mantiene postrado en la pobreza y la servidumbre. Lo manifiestan Anaya y Meade, sus voceros. Lo catapulta, AMLOVICH. “Jodidos” y “fregados” van de la mano y se restriegan  las miserias que los circundan en la periferia de la desesperanza.

 

Entre prietos que no aprietan, según el —“Güero de ojos azules y cabello de Rapunzel”—, Enrique Ochoa Reza, y los achichincles de antaño, se perfila la entrada triunfal  de la maestra Elba Esther Gordillo que pasa de la jaula de oro de la “prisión” al aula dorada de la dirigencia magisterial.

 

Del aula a la jaula y de la jaula al aula, según convengan a las intenciones de la cúpula del poder. Si bien es cierto que no operará a favor del ruso AMLOVICH porque no podría darle la espalda a quien la ha librado de “prisión” y restituido en su reino con todos los poderes plenipotenciarios, la descendencia y sus pupilos del magisterio se han acercado mucho con el hijo de Macuspanavich.

 

Lo que sí es seguro es que va de regreso la todopoderosa y sempiterna dirigente y presidente del SNTE. La otrora defenestrada y juzgada, acusada de fraude, desvío de recursos y enriquecimiento ilícito y otras actividades vinculadas con la delincuencia organizada y operaciones con recursos de procedencia ilícita, llega restituida y robustecida —con la bendición oficial— al trono que le cuidara su incondicional Juan Díaz de la Torre, hoy desarropado de forma legal y apartado del trono del SNTE.

 

Es en esta nación donde hace falta más que un discurso “chingón” para hacer de esta patria, un país de “chingones”, muy al estilo del ex—secretario de Hacienda y Crédito Público, PEPE MEADE porque el que “chinga” siempre ha “chingado” y nos ha estado “chingando”, y los únicos “chingones” que “chingan” son los que ofrecen una torta y un frutsi en campaña, una tarjeta Monex, promesas vanas como que “Los precios de los combustibles irán a la baja”, “que bajará el precio de la luz y del gas”. Y nos terminaron “chingando”.

 

Chingones son los que se han “chingado” «mamando» a boca llena, el presupuesto, o el dinero donado para los damnificados en la CDMX y de los estados de Chiapas y Oaxaca. “Chingón” es el que afirma cuando dice “no hay evidencia de actividades de la delincuencia organizada” —bastaría abrir los ojos—, porque se tiene que ser “chingón” no mojarse, estando a la intemperie, cuando llueve. Y sí, mi país, es un país de “chingones” con decenas de millones bien “chingados”.

 

Ya lo dijo Octavio Paz, (PAZ, 2015, pág. 31) en “El laberinto de la Soledad”:

 

«“Se puede ser un chingón, un Gran Chingón (en los negocios, en la política, en el crimen, con las mujeres), un chingaquedito (silencioso, disimulado, urdiendo tramas en la sombra, avanzando cauto para dar el mazazo), un chingoncito. Pero la pluralidad de significaciones no impide que la idea de agresión —en todos sus grados, desde el simple de incomodar, picar, zaherir, hasta el de violar, desgarrar y matar— se presente siempre como significado último. El verbo denota violencia, salir de sí mismo y penetrar por la fuerza en otro. Y también, herir, rasgar, violar —cuerpos, almas, objetos—, destruir. Cuando algo se rompe, decimos: “se chingó”.»

 

Y así, nos chingamos unos a otros, siguiendo el mandamiento: «Chingaos los unos a los otros como yo los he chingado» o, “El chinga que atrás te vienen chingando”.

 

Sostiene O. Paz ( (PAZ, 2015, pág. 31):

 

Cuando alguien ejecuta un acto desmesurado y contra las reglas, comentamos: “hizo una chingadera”.

 

El que chinga jamás lo hace con el consentimiento de la chingada. En suma, chingar es hacer violencia sobre otro. Es un verbo masculino, activo, cruel: pica, hiere, desgarra, mancha. Y provoca una amarga, resentida satisfacción en el que lo ejecuta.

 

Lo chingado es lo pasivo, lo inerte y abierto, por oposición a lo que chinga, que es activo, agresivo y cerrado. El chingón es el macho, el que abre. La chingada, la hembra, la pasividad, pura, inerme ante el exterior. La relación entre ambos es violenta, determinada por el poder cínico del primero y la impotencia de la otra. La idea de violación rige oscuramente todos los significados. La dialéctica de “lo cerrado” y “lo abierto” se cumple así con precisión casi feroz.

 

Que no se le olvide, mi amigo, en este país de —“chingones”—, el cambio no vendrá jamás de arriba. Tampoco de un líder, con súper poderes, —aunque venga de la madre Rusia—, podrá contra tantos años de corrupción, de servidumbre y miseria ciudadanas.

 

Así lo describe, “El laberinto de la soledad”:

 

Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado. Es decir, de humillar, castigar y ofender. O a la inversa. Esta concepción de la vida social como combate engendra fatalmente la división de la sociedad en fuertes y débiles. Los fuertes —los chingones sin escrúpulos, duros e inexorables— se rodean de fidelidades ardientes e interesadas.

 

Será necesario romper el caparazón del conformismo oficial que nos identifica a cada uno de nosotros, en la calle, en los centros comerciales, en los templos, púlpitos y plazas, entre amigos, familiares y conocidos pero no como unos hijos de la chingada, de la desgarrada, de la ultrajada, de la violentada, la vituperada, por todos, incluso por Meade.

 

Concluyo está entrega como lo manifiesta Octavio Paz: ¡Viva México, hijos de la chingada!

 

P.D. Que AMLOVICH no cuente con las encuestas de Facebook porque ahí votan hasta los que no votan. Y, que chinga le han acomodado al YO MERO.

 

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