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LA NOCHE DE LOS NAHUALES || Por Benjamín M. Ramírez

by Benjamín M Ramírez
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LA NOCHE DE LOS NAHUALES

Benjamín M. Ramírez

 

UNA MENTADA Y DON PORFIRIO, EL RASTRILLO DEL PRESIDENTE Y UN FISCAL FUGITIVO.

 

Sin duda alguna, don Porfirio ha sido un político avezado, un hombre de instituciones y que ha sabido hacer de la política un arte, un modo de vida, una experiencia, un don excepcional; en suma es, un hombre de Estado.

 

Lo vi por primera vez, en 1994, bastante joven aún, dando un discurso en contra del PRI y del PAN, bautizándolos por primera vez, como la PANCRACIA y la PRICRACIA —después de una marcha a favor de la paz, recién estallado el conflicto del EZLN—.  Admiro, hasta hoy, sus dotes de orador, de legislador y de político que ha sido curtido en las más duras de las faenas.

 

Lo vi en televisión, minutos después del atentado en contra de Luis Donaldo Colosio, perdido en el alcohol y bajo sus efectos, apenas sí podía articular un pronunciamiento a raíz del magnicidio. Entonces reconocí en él una suerte de hombre que puede templar los ánimos por una causa más elevada, la concordia y la reconciliación, a favor de la paz, en un clima álgido, golpeado por el dolor y la desesperanza.

 

Fueron esos días, momentos coyunturales, que sólo la experiencia y la prudencia pueden dejar, los instantes para probar la cabalidad de quienes han sido llamados a dirigir desde su trinchera el bien del país.

 

Lo único que se le ha negado a don Porfirio ha sido la presidencia de la República, —y que por su edad, su alcoholismo, y su deteriorada salud—, pasará a la historia con este anhelo ferviente que nunca se le cumplirá ni verá cumplido, salvo un golpe fuerte del destino, a un país que ha servido y con creces.

 

Recién unos meses atrás don Porfirio estaría en Tijuana, por lo que escucharlo nuevamente con esa enjundia y conocimiento de causa pudiera rejuvenecer mis anhelos de lucha y de inconformidad en contra del neoliberalismo que ha hundido a los menos favorecidos, estableciendo una brecha casi insalvable entre ricos y pobres.

 

Era cuestión de minutos para volver a ver a don Porfirio, no fue posible. Un problema con su salud le impidió abordar el vuelo que lo traería a esta frontera en el noroeste del país. Pese a ello tuve la oportunidad para recordar las marchas, los plantones y la organización llevada a cabo en las comunidades en el sur de lo que fue el Distrito Federal.

 

Y, pues la mentada de madre, a micrófono abierto, ha sido uno de los deslices más sonados en los últimos días, en los que —a fuerza o sin ella—, ha sido obligado a dejar la presidencia de la cámara de diputados y establecer negociaciones con los grupos parlamentarios en aras de no enrarecer más el ambiente explosivo en el que se necesitan el número de votos necesarios para aprobar el paquete económico para el 2020.

 

Don Porfirio pudo perpetuarse y quizá dejar el alma y el cuerpo en la silla de la presidencia del máximo tribunal del país.  Sin duda, seguirá en sus tareas legislativas, como lo ha hecho siempre, ya como senador o diputado. Su experiencia y lucidez pueden brindar el respiro que necesita este convulsionado país. Así que nadie se ofenda cuando él, mande —a todos— una legislada y soberana mentada de madre: ¡Qué chinguen a su madre, que manera de legislar!

 

En otro tema, ignoro el propósito del presidente Andrés Manuel López Obrador para evidenciar los excesos cometidos en los gastos de artículos de limpieza que usaba su antecesor, Enrique Peña Nieto. Somos conscientes del despilfarro para satisfacer egos y latrías gubernamentales dejando a un lado la sensibilidad humana que debe caracterizar un Estado que se proclama democrático.

 

Así que los artículos de aseo personal empleado por sus señorías y el oneroso gasto cargado al erario público sólo recalca la egolatría y el culto vano que ha caracterizado a un sistema político que sabe a rancio y que debe cambiar incluso en los detalles menos avizorados.

 

Es en estos términos cuando me llega la inquietud de las cuentas de Rosario Robles, cuya declaración en este sentido, es el de haber afirmado sobre una cuenta de cheques que no rebasaba los 20 mil pesos. La duda surge en el cómo obtenía recursos para sostener su residencia en una zona exclusiva de la ciudad: impuesto predial, transporte, viajes al extranjero, honorarios de sus abogados, entre otros servicios una vez dejado el puesto como súper y plenipotenciaria secretaria de estado. Real o no, Rosario Robles se asemeja al político retratado en la novela del peruano Vargas Llosa, La fiesta del chivo, —a la postre— Cerebrito Cabral.

 

Y para concluir esta entrega, el abogado Jorge Winckler, ahora ex – fiscal del estado de Veracruz, expresó, una vez depuesto del cargo, que temía por su seguridad y la de su familia.

 

Quizá, pueda percibir ahora, y en carne propia, lo que ha sentido la comunidad veracruzana a lo largo de los años, en las que, no supo responder con la seguridad que Veracruz ha demandado.

 

Perdió la brújula en una estéril lucha de poder en contra de un ejecutivo maniatado y pueril, y propiciando, a raíz de esta reyerta, un estado caótico en el que el lenguaje de la muerte sobrepasa el respeto a la vida, a la paz y la concordia.

 

Recordando la justa demanda del ex – fiscal, ahora prófugo, — que se ha convertido de depredador a presa— atraigo a la memoria parafraseando las palabras sempiternas del Justo Mons. Romero: tengo miedo, como cualquier veracruzano.

 

Y si de justicia se trata, el poder judicial ha retomado, al menos en palabras, y en palabras del ministro Arturo Zaldívar, una letanía justiciera: reitero mi compromiso con la transformación del #PJF en beneficio de la gente, sobre todo de los más desprotegidos, de los olvidados, de los pobres, de las mujeres, de los indígenas, de los que no tienen quien alce la voz por ellos. Los jueces estamos para defender al más débil.

 

Este país necesita encontrar un hito de esperanza. Si bien algunos elevan oraciones, otros —quizá los menos— deberán abonar una serie de acciones que traiga la paz y la reconciliación, y no precisamente a través de un exhorto moral, lleno de buenas intenciones.

 

Algo está pasando en este país, al menos, en palabras…

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