Benjamín M. Ramírez
En días pasados, el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, llevó a cabo la inauguración de dos obras emblemáticas para la región del sureste mexicano. En primer lugar, la carretera Acayucan – La Ventosa; y en segundo, el camino Minatitlán – Hidalgotitlán.
Desde hace décadas recorro una gran cantidad de kilómetros en diversas partes del país. Así, para 1990 transitaba durante 14 horas aproximadamente las carreteras del Bajío, pasando por Querétaro, Hidalgo, EDOMEX, lo que hoy es la CDMX y Puebla para finalmente llegar a Veracruz, habiendo salido de León, Guanajuato. Lo mismo en autobús que en vehículo particular.
Como anécdota, en ese tiempo era muy famoso el servicio que ofrecía Flecha Amarilla, cuyo lema entre los usuarios era “Primero muerto que llegar tarde”, acuñado lo anterior por la inmensa cantidad de accidentes que se suscitaban entre sus unidades, normalmente volcaduras debido al exceso de velocidad. Y en verdad impresionaba el tiempo de traslado entre las ciudades de León y Morelia. A una velocidad prudente el recorrido era de cuatro horas; el autobús de Flecha Amarilla rompía récord, por el lapso de traslado: dos horas y media aproximadamente.
Las líneas anteriores obedecen a la necesidad de poner en relieve la infraestructura carretera que aún requiere el país para impulsar los diversos polos y actividades económicas que apuntalen su desarrollo. Desafortunadamente son muy pocas las carreteras que se encuentran en buen estado, ni hablar de las autopistas que, aparte de costosas en el peaje, presentan un alto grado de deterioro lo que provoca un sinnúmero de accidentes de tránsito por los baches, que simbolizan, en sí mismos, un atentado a la vida de los conductores que tienen la imperiosa necesidad de moverse por las carreteras de cuota.
Desde mi punto de vista, las carreteras mejores conservadas y en buen estado son las que se encuentran en el centro del país, principalmente la zona colindante con el Bajío, sin descartar de tajo también las malas condiciones que presentan algunas de ellas. Los tiempos de traslado se han reducido significativamente con el paso de los años, con el mejoramiento y apertura de nuevas autopistas que ya conectan a las diversas entidades federativas.
Recientemente visité el sureste del país. La ruta que conecta a Tuxtla Gutiérrez y al puerto de Coatzacoalcos a través de la carretera Las Choapas-Ocozocoautla se encuentra en condiciones aceptables. A pesar de ser de dos carriles, la vía es segura. El inconveniente por el tráfico se presenta con la circulación de unidades pesadas, las innumerables curvas y lo estrecho del camino que no cuenta con acotamiento. Sin embargo, la rúa es transitable. Aunque ya se han presentado proyectos durante la presente administración federal para su ampliación a cuatro carriles durante 112 kilómetros, desde las Choapas hasta el entronque a Cárdenas, aún no se visualiza la concreción de esta iniciativa que podría acortar las distancias de forma significativa y facilitar el traslado de las mercancías proveniente de los estados de Tabasco y Yucatán. Los conductores podrían ahorrar un lapso de hasta dos horas y recorriendo sólo 116 kilómetros de carretera.
Por lo anteriormente planteado cobra vital importancia las dos vías, la que conecta a los poblados de Minatitlán – Hidalgotitlán y la de Acayucan – La Ventosa, recientemente inauguradas por el presidente de la República. Por error recorrí un tramo de la carretera que conecta a la zona del Istmo, y que encaja perfectamente en el desarrollo de la región junto al tren interoceánico. En años pasados, recorrer la carretera Acayucan – Salina Cruz era toda una odisea, horas interminables de recorrido. Aunque no he tenido la oportunidad de recorrerla la carretera será, sin duda, un acierto más de la actual administración.
Respecto al camino Minatitlán – Hidalgotitlán, recuerdo que, durante muchas campañas de las administraciones municipales, incluso gobernadores veracruzanos, se hartaban de prometer, una y otra vez, la ejecución de este camino que conecta a diversos poblados de la zona rural de Minatitlán. Los candidatos llegaban a cada poblado con la promesa en el bolsillo de que en el momento menos esperado se podría contar con este beneficio. La ruta recién inaugurada tiene una extensión de 32 kilómetros de concreto armado y que no sufrirá afectaciones por las lluvias o las tolvaneras, según comunicado de la SCT.
Pese a todo lo anterior, a los dos caminos recién inaugurados y que son importantes para el sureste del país y que beneficia a un número importante de habitantes, quiero resaltar el pésimo estado de la carretera del Golfo, la 180, dentro del territorio veracruzano. Puedo decir que no es carretera sino una colección de baches y topes. Con muchas horas invertidas, en tramos relativamente cortos, el tiempo de traslado puede significar perder casi dos horas y media para recorrer 110 kilómetros. Casi a vuelta de ruedas. A las pésimas condiciones del camino, baches y topes, casi a cada cien metros, se debe considerar el costo muy alto para quienes tienen la necesidad de transitar por estos tramos carreteros y la inseguridad que impera en Veracruz.
Estoy seguro de que los veracruzanos no merecen las carreteras que recorren en su día a día y que la actual administración del peor gobernador que ha tenido la entidad no ha asumido el compromiso de atender este problema que permanece desde hace décadas. En cuanto a la autopista, que se presenta como alternativa para el tránsito vehicular, tampoco se encuentra en sus mejores condiciones. Los tramos en la reducción de carriles representan una pérdida considerable de tiempo, casi dos horas, por las obras de reparación, dejando a un lado los retenes policiacos que se establecen a lo largo de esta importante vía de comunicación que conecta al sureste veracruzano.
La gobernadora electa tiene una difícil tarea dejada por la actual administración y que puedo vaticinar que pasaran seis años más y las condiciones de la carretera del Golfo, presentarán las mismas condiciones en las que se encuentra en la actualidad y que la han caracterizado durante décadas y que se convierte en el símbolo del abandono, de la desidia, del desinterés, del oprobio y del sino del veracruzano que ya se acostumbró a los golpes recibidos durante kilómetros y kilómetros de carretera. Golpes que dañan a la integridad de su vehículo, a su salud y sobre todo incrementan la capacidad de tolerancia a la indiferencia de la autoridad en turno.
Dicho a manera de resumen: por sus carreteras, en Veracruz, el bache es el destino.