Inicio » OPINIÓN » LA NOCHE DE LOS NAHUALES || Benjamín M. Ramírez

LA NOCHE DE LOS NAHUALES || Benjamín M. Ramírez

by Benjamín M Ramírez

Ella era viuda. Madre de once hijos, huérfanos. Poseía un predio como herencia —de hecho, no de derecho— de los suegros ya fallecidos. Señora trabajadora al fin, se afanaba en sacar adelante a sus pequeños hijos de la mejor manera. Bondadosa como gente de pueblo, inocente en suma, proporcionó una parte del “solarcito” de su propiedad a una familia que pasaba “la de Dios es padre”.

 

Transcurrieron los años. Los avecindados olvidaron el favor que le brindó la abnegada viuda. Mejoraron sus condiciones de vida. Se volvieron los “propietarios” del predio que les fue concedido como un favor, un acto de caridad, apoyados en el peor momento de su desgracia. Con una red de relaciones tejidas por doquier fueron “ampliando” la “recién” adquirida propiedad que les fue asignada en un acto de bondad, de empatía y de amor al prójimo. “«Para que no anduvieran rodando», sostenía la viuda.

 

A fuerzas de amenazas, de abogados y jueces pagados, se recorrieron los límites de lo que en algún momento fue el solar de la viuda pobre. Poco faltó para que los avecindados la dejaran en la calle.

 

El problema por la posesión de la tierra llegaba a tribunales, ante el juez de paz municipal. De tiempo en tiempo se fijaban nuevos límites porque el juez anterior no consideró tal testimonio o prueba fehaciente que daba evidencia de los nuevos linderos o porque el testigo fulano o mengano omitió haber conocido la llegaba de los querellantes y la propiedad de la que eran poseedores desde la fundación del pueblo.

 

Testigos comprados o pagados a modo. La viuda perdió ante los jueces poco más de la mitad del solar que los abuelos de sus hijos le habían otorgado. En cada porción de terreno arrebatado perdía la paz, la serenidad y un futuro promisorio libre de preocupaciones. “Estaban necesitados y les brindé la seguridad de un pequeño hogar”, confiesa la viuda.

 

Los abogados amedrentaban a la mujer desamparada de tal modo que las amenazas se recrudecían conforme pasaban los años. «Tenía miedo de que me dejaran en la calle», me confía. Transcurrieron los años. Los propietarios del predio, producto del despojo a fuerza de amenazas, fallecieron. Quedaron y crecieron los hijos con las mismas demandas y exigencias de los padres ya extintos. Los hijos de la viuda también prosperaron. Se recrudeció el conflicto. ¿Se fijarían los nuevos linderos? ¿Se despojaría de lo poco que le habían dejado a la madre desamparada?

 

Llegaron los abogados a reclamar y promover un “nuevo acuerdo”. Las amenazas de siempre. «Te mandaremos al reclusorio» —inventaban una recua de presuntos delitos—, los abogados vociferaban amenazas y demandas ante el ministerio público o el juez de paz, gritaban al aire la terminación y el vencimiento de los tiempos, la cárcel y los antecedentes penales… Los verdaderos dueños eran sus clientes que procedían de antaño. Entonces la viuda entraba en pánico. Se recrudecía el conflicto. Ahora sí no quedaría nada de lo que fue su propiedad.

 

Con teléfono en mano el menor de los hijos realizó un par de llamadas a la “autoridad”. Le planteó al juez de paz y al agente del ministerio público —amigo suyo— la situación del despojo que sucedió en años pasados. Llegó el agente de Catastro Municipal, un par de abogados allegados a la familia, incluso hasta el presidente municipal se interesó en el tema. No hubo más deslindes, no hubo más amenazas. Terminó la zozobra y la justicia se hizo presente. Hasta un par de matones se puso a la orden —sin sueldo de por medio— de la viuda, para limpiar el honor y el resarcimiento del daño patrimonial, anímico y emocional ocasionados.

 

«Ya no le mueva mi amigo», le recomendaron a los vecinos bravucones. —Los cachorros ya crecieron.

 

El país entero se encuentra bajo el manto de la injusticia milenaria. Situaciones variopintas que acabarán en el hartazgo en ciernes, basta una chispa que sirva de detonante en una sociedad que está convencida y polarizada de que es necesario sacudirse el miedo y quitarse el pie que les aplasta el pescuezo.

 

Y a la usanza de Eduardo Galeano en su libro “Palabras andantes”, retomo la frase: “Aguante pescuezo”:

El juez dijo:

— Merece la muerte.

Y José fue condenado por desacato, violación del derecho de propiedad del padre sobre la hija y del muerto sobre la viuda, atentado contra el orden, agresión a la autoridad y tentativa de curicidio.

Y el verdugo alzó el hacha sobre el cuello de José, atado de pies y manos.

Entonces José ordenó: — Aguante, pescuezo.

Y el hacha golpeó, y el cuello la hizo pedazos.

Y para todos fue una fiesta. Y todos celebraron la humillación de la ley humana y la derrota de la ley divina.

 

Así como el fuego en California que ha arrasado y diezmado gran parte de la vegetación, casas y en algunos casos, ha cobrado algunas vidas, es necesario y urgente sofocarlo, así también es necesario y urgente sosegar los ánimos, bravuras y corajes de una sociedad que ha crecido, que se ha desempolvado y que está presta a los reclamos y decidida a enderezar, encaminar y encauzar el torcido camino de la justicia laxa, prostituida, envilecida y deshonrada en perjuicio de sus legítimos intereses. Sociedad que hoy no reclama lo que ha perdido sino que ya no le arrebaten lo que le queda.

 

Y lo que queda es la fatua esperanza que se diluye con las acciones anticonstitucionales de la “sobrerrepresentación” en los congresos locales “amañadas”, —porque ahora sí el miedo anda en burro—, los ministros del TEEM han juzgado el cumplir los caprichos pretensiosos del “Mazoismo” que pretende de este modo, con apoyo del TEEM, cubrirse las espaldas.

 

Ya nuestro país ha derribado las cortinas del templo de las simulaciones. Basta de jugar al golf o de tocar el arpa mientras Roma arde y demanda compromisos. No bastarán los programas emergentes para maquillar la deshonrosa administración que los gobiernos locales encabezan.

 

La sociedad es la que demanda y a los vecinos bravucones se les acabaron las influencias y el dispendio del poder. Y así como el Nazareno afirmara: hagan amigos con el maldito dinero para que cuando estén en la cárcel alguien los visite.

También te puede interesar