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Opinión || Benjamín M. Ramírez

by Benjamín M Ramírez

De la rapacidad del método a la danza de los millones.

 

La percepción de la corrupción en México es tan visible que ya no asusta el lugar que se ocupa en el ranking de las 176 naciones evaluadas, según los datos de Transparencia Internacional. El citadino lo ve como normal, con lo que se coexiste, en la convivencia diaria, de manera cotidiana.

 

El ciudadano es consciente y sabe muy bien que el servidor público está a la expectativa para sacar tajada del trámite: la obtención de una licencia de conducir, una licencia por el uso de suelo, un permiso de construcción, una constancia de estudios, un certificado; llevar a cabo los trámites por la apertura de un negocio, por expender bebidas alcohólicas, por la copia de un documento que debe ser “nítida”; es consciente que el policía no lo orientará por si conduce en sentido contrario o si invade un carril exclusivo del transporte público. Sabe que éste está a la caza, al acecho del incauto, del que llega por primera vez o simplemente lo hace porque el soborno es el agua que riega el manantial en el jardín de la corrupción.

 

Primero es la mochada luego la amonestación, la infracción, la sanción o la pena porque aquí el ius puniendi, el derecho del Estado para imponer pena al transgresor de conductas previstas como delitos, no tiene cabida. No es la razón ni el derecho, es el moche y el cohecho, la suprema constitución.

 

La corrupción se presenta en cualquier parte del mundo. En un nivel u otro. A todos nos salpica. Ricos o pobres. En las naciones desarrolladas o subdesarrolladas. En el nuestro, es filosofía, cosmovisión y modo de vida.

 

Tan laureada y glorificada está la corrupción a la mexicana que ya existe un recién descubierto método. El método rosario o la subcontratación para la triangulación de los recursos del erario, darles vueltas, maquilarlos en empresas fantasmas, de tal modo que regresen con sus intereses respectivos a un punto de no retorno, de tal modo que de forma mágica y elocuente, los recursos públicos desaparecen de la fiscalización y de auditorías públicas.

 

Porque en nuestro suelo patrio sólo se trata de “irregularidades”, dirían los funcionarios caídos en desgracia y alejados de la voluntad suprema. No se habla de la malversación de fondos, el desvío o robo porque no se aplica el ius puniendi.

 

Aquí subyace la voluntad del Estado para absolver de culpas a quienes, cumpliendo las indicaciones y directrices de la voluntad del altísimo, del que está arriba, por el que todo se hace y solo se cumple, fueron dejados desamparados; y rezan, esperanzados en que una vez solventadas las necesidades más apremiantes y sacrificados unos, volverán a la ubre pública del que todos toman y  dejan nada.

 

El problema no es la corrupción en sí; lo que sí, es que de forma tácita hemos forjado todo un andamiaje sistémico y complejo para explicarla, sobrellevarla subrepticiamente de tal modo que el complejo de culpa que acompaña a este delito sólo quede en un extrañamiento de “un mal necesario”, “no hay de otro modo”, “tenía que hacerlo”, “o le entras o le entras”, “ni modo”. Lo cierto es que para que se dé este mal se necesitan dos voluntades.

 

El problema que se presenta en estos días, próximos a la elección presidencial, es el desvío irracional, vergonzoso e irrisorio, absurdo a lo sumo, y de un daño patrimonial al erario público que involucra a dos figuras cuyo desempeño a través de la función pública dice mucho del quehacer y la poca voluntad por el sano y transparente manejo de la hacienda pública, como si fuera receta oficial,  “un método que se usa desde hace varios sexenios y en muchas secretarías”, afirmó la titular de la SEDATU.

 

En SEDESOL y la SEDATU, Rosario Robles quedó a deber. Y no me refiero a los presuntos desvíos millonarios detectados por la Auditoria Superior de la Federación, ASF. Le debe probidad a los millones de pobres hundidos en la miseria, a los adultos mayores, a las familias beneficiadas por los programas públicos, no basta con esa mirada de “me las voy a cobrar todas juntas”, para borrar un ejercicio grisáceo, opaco y sospechoso como titular de dos Secretarías de Estado.

 

Si bien Meade no tiene culpa en los manejos de esos dineros públicos que hasta hoy no “aparecen”, la omisión que subyace lo hace cómplice y coautor, amén de haber cerrado los ojos o mirar para otro lado, al no “detectar”, la malversación de fondos mientras fue el titular de SEDESOL; mayor responsabilidad, al asumir la titularidad de la SHCP. Y de esto pueden dar fe, César y Javier Duarte, y otros casos de gobernadores que se “quedaron” con parte de la hacienda pública, sabedores de que el ius puniendi no aplica para ellos.

 

Algo pasa en mi país que la corrupción no se combate. Se le cultiva, se le premia y se le ensalza. Está en nuestro sino, es el hálito de vida que nos permite el discurrir del día a día; es una forma muy nuestra, a la mexicana, que hace florecer los sueños, los ideales y sobrellevar este matrimonio forzado del moche, del cohecho, del soborno, de la seducción y el engaño entre el Estado y el ciudadano. En mi país no estás obligado a devolver lo malversado.

 

Espero que algún día el gobierno no tenga que cambiar para construir una nueva filosofía en que seamos capaces de cimentar las bases de una nueva sociedad, una nueva forma de vida, en donde la corrupción sea cosa del pasado, no nuestra suprema constitución.

 

Desde esta tribuna exijo al gobierno de Miguel Ángel Yunes Linares, el pronto esclarecimiento de la muerte del hijo del compañero, Arturo Torres Martínez, El Gavilán del Sur. Ninguna muerte violenta tiene explicación ni justificación. Sí así fuera, sería dejar que la ley del más fuerte sea el que impere y el permitir que las instituciones del Estado sean rebasadas.

 

Acompaño en estos días de luto a mi compañero Arturo Torres Martínez, camarada de oficio durante muchos años, conocedor del arte periodístico durante décadas y referente obligado para el ejercicio profesional del periodismo en la región sur de Veracruz.  Apelo a la voluntad de las autoridades, de los organismos y aparatos del Estado para que ésta y otras muertes no queden impunes, ni el sacrificio sea en vano.

 

Ya es hora de responderle a los veracruzanos con la paz, la tranquilidad y seguridad que se merecen. Ya es hora de gobernar.

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