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¿Quién decide?

by Redacción tijuanaenlinea

(Crónica del alba agonizante)

 

La primera vez que escuche de ella fue por rumores lejanos, de esos que ruegas a dios  sean solo mito urbano o maquila de alguna mente distorsionada e incompleta en estado de aburrimiento.

Se me erizo la piel y torció un poco el intestino del coraje pero me mantuve esperanzado a que nada fuera cierto; por otro lado también estaba consciente que de serlo así, solo sería cuestión de minutos para que el teléfono comenzara a sonar como desquiciado.

Más tarde en encontrar donde sentarme a esperar que la primera llamada en entrar, a veces.. y juro que solo a veces, sorteo la decisión de contestar dependiendo del tacto conocido de la fuente que me proporcionara el desagrado o estado de ánimo en el que me encuentre, pero dado el calibre del rumor quise confirmarlo pronto y tome esa primera llamada.

-¿Ya supiste?- Me preguntaba una voz quebradiza del otro extremo de la línea.-¿Puedes hacer algo?-.

-Sí, me vengo enterando. ¿Es cierto?- Solo atine a preguntar. -Pues parece que sí, está en el Mirador con la doctora.- replicó la voz.

No quise preguntar entonces si  alguien se encargaría de las cuestiones legales porque la verdad el ánimo no me alcanzaba para tanto; en ese momento yo no era diferente a la vasta mayoría que piensa que en cuestión de justicia en este país, las leyes no son más que el fino whiskey que el sistema de impartición insensible e inmaduro pero soberbio, se encargará de echar a perder rebajándole con jugo de arándanos, presumiéndose innovador pero exponiéndose  aletargadamente estúpido y obsoleto.

Esta vez no perdería el tiempo ilusamente, así que decidí volver a perderme en la individualidad enfocándome en la victima.

 

Al llegar a la veterinaria ahí estaba, costaba trabajo calcular su edad dada la severidad de las heridas que no concedían permiso para expresión o identificación alguna, pero su tamaño aconsejaba. –¡Menos de dos meses!…- ¡Ya ni la chi…gan! – Me recibió trabada la doctora. –Ya la estabilice, pero requiere muchos cuidados para que se recupere. Y remato con esa pregunta a la que temía escuchar. -¿Qué onda? –Ella le está echando ganas-. Sabía que implícito venia ese acuerdo tácito de ayúdame que yo te ayudare al cual era imposible negarse; así que sin mayor preámbulo accedí con un suspiro que comienzo a sospechar  ya le tiene tomada la medida.

 

A menos de 6 semanas de nacida, había conocido la crueldad humana en su máximo esplendor e ingenioso desempeño.

Habiéndole prendido fuego viva, fue abandonada agonizante a un costado de la carretera, condenada por no saber defenderse o pedir clemencia en un dialecto comprensible para su retardado y cruel verdugo. -¿Serían las claras manifestaciones y estragos de la enfermedad letal que padecía los motivos para quemarla?.

Difícil saberlo, le apuesto todo a la estupidez, como sea nadie merece morir de tal manera independientemente del esfuerzo que nos requiera colaborar en la transición a mejor vida.

Si no lo haremos de buena manera mejor ni ayudar, no por nada dicen que no existe mayor peligro que un pen tonto con iniciativa.

 

Como si las quemaduras de tercer grado en la mayoría de su cuerpecito no hubieran sido suficiente, en los días posteriores contrajo meningitis acompañada de una severa parasitosis que la mantuvo coqueteando con la delgada línea que divide este mundo del otro, pero ella se negaba a morir, había sobrevivido al moquillo y haber sido quemada viva así que -¿Qué tanto más podría significarle vivir unas cuantas cositas más?.

Transfusiones de sangre, canalizaciones, cocteles de antibióticos con diversos medicamentos y todo un largo desfile de análisis, solo la hacían más fuerte, nunca dejando de mover esa colita.

Admito en dos ocasiones haber sido más débil que ella y presentarme en la clínica con la intensión de practicarle la eutanasia; verla arrastrarse, defecar sangre, suponer el dolor de sus llagas y el irreversible daño neurológico que le produjo espasmos de por vida, era el vislumbre del punto de quiebre  de mi elástica compasión, había que ayudarla a partir.

-¿Pero porque hacerlo si a ella no se le pegaba su regalada gana irse? En ambas ocasiones ya en la mesa y con jeringa en mano preparada se levantó y se mantuvo en pie tambaleante como diciendo –¡Me voy madres! –aquí estoy y me quedo.

 

Hoy, he decidido adoptarla, camina batiéndose a duelo con la gravedad cuando no se arrastra, menea la cabeza y el cuerpo como marcando el ritmo de una melodía que solo ella conoce, se cae al voltear cuando le llamas y su piel es una cicatriz enorme a la que jamás le crecerá el pelo, pero tiene la mirada más hermosa de todas, la que refleja el agradecimiento y felicidad de saberse viva.

 

Su nombre.. es Alba.

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