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LA NOCHE DE LOS NAHUALES || Benjamín M. Ramírez

by Benjamín M Ramírez

 

HOMO HOMINI LUPUS: SIRIA O LAS CIUDADES MÁS PELIGROSAS DEL MUNDO

 

Los intentos de la comunidad internacional por contener las muertes en Siria no han sido lo suficientemente fuertes para lograr este cometido bajo los principios fundamentales del derecho internacional que ampara el axioma de la guerra justa y la obligación de cada ciudadano, Estado o nación el deber y la obligación de la legítima defensa.

 

Los Estados de occidente no han querido atajar el caos en Siria o no han tenido el propósito y las ganancias económicas suficientes para  contener el derramamiento de sangre inocente que clama desde el cielo.

 

Los rebeldes sirios buscan deponer al presidente de la nación, Bashar al-Ásad, las fuerzas de coalición intentan detener al Estado Islámico, el ejército regular acomete contra los rebeldes, también las fuerzas de coalición embisten al ejército de Bashar al-Ásad, en una catástrofe humanitaria, que según datos de la ONU, rebasan los 400 mil fallecidos. Todas estas acciones repercuten contra los civiles.

 

A Siria —y la masacre cometida en ella—, en contra de inocentes, no contra los grupos beligerantes, —a nadie—, a nadie le importa. Occidente se muestra apático, evasivo e impasible ante la muerte de Abel.

 

Los más fuertes y con pertrechos para la guerra más sofisticados no respetan los convenios y tratados internacionales que versan sobre los conflictos y los casos de beligerancia. En ella se incluyen el respeto por los derechos humanos más elementales en situaciones de hostilidad, entre civiles de un Estado, entre Estados discrepantes o entre conjunto de naciones. La guerra en sí no atiende las necesidades comunes de los pueblos, mucho menos el derecho de gentes.

 

Siria está más cerca de nuestra nación que Venezuela. A nadie le extraña la situación caótica y de inseguridad que priva en cada cuadra, en cualquier pueblo de nuestro país. Los Cabos, Acapulco, La Paz, Tijuana, Ciudad Victoria ocupan los primeros lugares de las ciudades más violentas del mundo.

 

Políticos que se desentienden de sus compromisos  de campaña y que reiteran —ahora— sus partidos y candidatos, en busca y conquista del voto ciudadano que aquejado por tantas necesidades, y con el peso de la vulnerabilidad de la que es cautivo, se encuentra imposibilitado para poder decidir en libertad.

 

Si Calderón declaró una guerra y, hasta hoy, el presidente en turno no ha pronunciado un cese unilateral del fuego, ni un estado de rendición o un combate frontal y decisivo hacia los que atentan en contra del Estado y sus instituciones: la sociedad, la familia, los jóvenes, los niños.

 

¿Existe o no existe un estado de guerra en nuestro país? Sí es así hay que poner a salvo a las instituciones bajo el fundamento del PROTOCOLO de actuación para el uso de la fuerza por parte de los integrantes del Servicio de Protección Federal, publicado en el DOF el 12 de diciembre de 2016.

 

La inseguridad ha rebasado realmente a las instituciones o contamos con un Estado permisivo que atenta contra sus propios ciudadanos al no cumplir la parte del contrato social vigente desde la era de la Ilustración.

 

Hoy más que nunca cobra vigencia la frase atribuida a Thomas Hobbes: “Homo homini lupus”, el hombre es lobo para el hombre. Sucedió en Ruanda, en Somalia. Sucede en Siria, en nuestro país, en nuestro suelo…

 

La corrupción ha sido y es el aceite que lubrica la maquinaria permisiva de tantas situaciones surrealistas con hechos realistas en una sociedad mexicana que ha aprendido a convivir con sus muertos, con sus duelos, con sus deudos.

 

El tigre del que habla Andrés Manuel López Obrador está dormido, somnoliento, evasivo, dopado por tantas dosis de violencia. Temeroso del futuro, es incapaz de actuar por cuenta propia porque no quiere asumir la responsabilidad que le aqueja y le reclama. Defenderse no es una cuestión de principios ni de ética, es un deber ante la amenaza que representa el atentar contra un bien jurídico tutelado. Se trata de la vida, de la seguridad, del porvenir seguro y sin aspavientos. Se trata de no dejarse vencer por la ignominia, la fragmentación social, la anomia y la amenaza, real o ficticia de perder lo que no tiene.

 

Entonces será tarea del Estado de domar o amarrar al tigre con carroña, con retazos de programas sociales que apenas llegan a una minoría representativa de los millones de pobres que se suman a los escuadrones de la muerte social, sin oportunidades ni futuro por delante; en un cielo gris, con nubarrones que deslumbran en su negrura de un entorno nada prometedor, sobre todo para los jóvenes.

 

El Estado y sus instituciones saben de antemano que es más fácil someter al tigre. Engañarlo en una jaula con visos de libertad. Sin posibilidad de defenderse como corresponde, famélico y agotado es incapaz de asumir su naturaleza de emboscada  y temerario en sus hábitos de ferocidad territorial, y emplear su peso corporal para derrumbar a sus presas y acabar con ellas con un solo mordisco.

 

El tigre mexicano, si es que existe uno, —la literatura mexicana sólo habla del Tigre de Santa Julia—, desfallece con estertores de muerte ante un Estado incapaz de asegurarle, vivienda, alimentación, empleo y territorialidad. Sometido y anonadado, patidifuso y perplejo, —al tigre mexicano— le cuesta mucho asumir el peso de la historia, su propio peso, para derribar a su oponente.

 

Quizás T. Hobbes fue un profeta para la situación actual del mundo: “bellum omnium contra omnes”, guerra de todos contra todos. Hagamos votos para la aplicación elemental de la ley natural, esa ley que impide al hombre atentar contra la vida.

 

En nuestro suelo, tardarán muchos sexenios para consumar la llegada de un Estado de derecho positivo, fruto del pacto social.

 

No despertemos al tigre. Si está amarrado no lo soltemos. Mantengámoslo apesadumbrado, aquejado y enajenado en sus sueños, —en su jaula—, con aires de libertad. Temeroso de perder lo que no tiene.

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