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Opinion || Benjamín M. Ramírez

by Benjamín M Ramírez

2018: año de retos,  de ritos, derrotas…

 

Bajo el influjo de la resaca el mexicano pretende “curársela” con los diversos medios, consejos y pócimas recetados a través de una larga tradición en el consumo excesivo de bebidas embriagantes; ajeno e indolente de lo que sucede en su entorno inmediato, dopado por tanto “recalentado” y con un estómago preñado de un rito muy a la mexicana.

 

Hasta estos días, aún adolece del olor a fritangas, de menudo o pozole con “harto” picante para sudar la “cruda”, desconocedor de que la “cruda” o la resaca,  es el reflejo de una severa deshidratación y la metabolización del alcohol realizada por el hígado para producir una sustancia conocida como acetaldehído, gracias al excesivo consumo de bebidas embriagantes pero no lo suficiente para llegar a un coma severo porque “se puede morir por todo, menos por una borrachera”.

 

El año no cambia, es sólo una sucesión interminable de días que bajo la convención social de un acuerdo para “someter” el tiempo a los caprichos de los grandes emporios transnacionales cuya agenda rebasa los años de vida de cualquier mortal.

 

Así, 2018 se presenta como un año más de retos que, inamovibles como el tiempo, no cambian más que de fecha ya que el tiempo, a partir de las tesis de San Agustín, disertadas de forma magistral en sus “Confesiones”, el pasado ya no es, lo mismo que el futuro que aún no es, lo único que queda es el presente, es.

 

Mido el tiempo, lo sé; pero ni mido el futuro, que aún no es; ni mido el presente, que no se extiende por ningún espacio; ni mido el pretérito, que ya no existe. ¿Qué es, pues, lo que mido?”. (San Agustín, Confesiones XI, XXVI, 33).

 

Desde que el hombre nace empieza una carrera frenética de supervivencia, con las ventajas o desventajas que supone la cuna de nacimiento. De ahí la eterna y equivocada tradición de conocer los primeros nacimientos del año, mejor, mientras más cercano esté al inicio del año.

 

¿Cómo debe enfrentar el ser humano el impostergable conteo de los días, el peso del dios Cronos? Todo cambio supone un sufrimiento. Puedo enunciar un sinnúmero de parábolas para ilustrar la respuesta en ciernes como “La sabiduría de las águilas” u otro que pueda contribuir a comprender el inexorable paso de Cronos.

 

Es pues, la transición obligada y el paso inevitable, ineludible e inapelable de vivir o vegetar, quizá a la usanza sartreana del “En – Sí” y el “Para – Sí”, en esta lucha que supone una inalcanzable victoria, probables derrotas y, en el continuo vivir, un sinnúmero de ritos para soportar la incertidumbre que supone el mañana, el futuro o el miedo a no saber lo que depara el después.

 

¿Qué debe suponer el 2018? ¿Nuevas metas? ¿Recapitulación de los años andados?

 

Para nuestra nación, insisto, nada cambia. Sólo los precios pero únicamente en una imaginaria sucesión de acontecimientos que de antemano ya estaban anunciados. El gas, en una espiral de ascenso, lo mismo que otros combustibles, con su escalada de precios, recibe el inicio de año con nuevas tarifas. Asimismo sucede con la energía eléctrica, el agua, las gasolinas, el diesel y la mayoría de los productos de la canasta básica, en una nube de ascenso que se supone inalcanzable para la mayoría de los mexicanos.

 

En el plano de la política permanece irremediable el escuchar las campanas echadas al vuelo de los candidatos a la presidencia de la República en sus intentos infames por conseguir el voto clientelar de sus cuadros de batalla, seccionales o comités de bases, que son los que votan y los votos de los que realmente cuentan.

 

No hay cambios. El año no cambia. El tiempo sigue, inexorable en su paso en un continuo devenir, en un eterno retorno. Porque en el país todo sigue igual. La brecha entre pobres y ricos es cada vez más dilatada. Unos ricos cada día más ricos y unos pobres, eternamente pobres. Afianzados, ambos,  por una política de la pobreza que enriquece los bolsillos de los gobernantes y despoja de lo elemental a los más desfavorecidos, gracias a esta política implacable de la globalización a ultranza.

 

Es una quimera hablar de una globalización democratizadora, cuando los que ostentan el poder aplican el principio de ganar – ganar sólo a sus iguales, a la plutocracia recalcitrante, en cuya agenda no aparecen, ni por error, un puñado de ganancias para los que no tienen.

 

Hoy, más que ayer y menos que mañana, es necesaria una reactivación de la movilidad social en una justa lucha por la paz, la justicia y la dignidad.

 

Dejar en el olvido los aconteceres que marcaron los años pasados será una condena ipso facto a un futuro incierto lleno de palaciegos anonadados por el peso del poder que corrompe y arrastra, que impregna su olor rancio y pútrido de insolvencia moral y económica en un país condenado inevitablemente al fracaso.

 

Es postergar para un futuro que nunca llegará, si en el presente no se construyen las bases sólidas de un cambio urgente en la mentalidad de un mexicano que exige, menguadamente y exánime, sus derechos, incapaz de lanzarse a la lucha por construir un país diferente.

 

Es ese país que todos queremos ver erigido sin la sangre de los mártires de un nuevo año cuyos pañales ya han sido impregnados por la sangre de la violencia que no para y que se encarna nuevamente en una sociedad indolente y macerada por tanto sufrimiento por los hijos perdidos en lo que va del sexenio.

 

De antemano, les deseo, desde estas humildes líneas, la tesis principal de la película “12 horas para sobrevivir”, «que la pases a salvo» en este año que recién comienza, el año de HidalgoChin… Chin…, el que deje algo”

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