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LA NOCHE DE LOS NAHUALES || Por Benjamín M. Ramírez

by Benjamín M Ramírez

LA RAZA DE BRONCE O LA RAZA CÓSMICA Y LOS HIJOS DEL HUACHICOL.

 

Imágenes dantescas, horripilantes, de dolor, de impotencia, de incomprensión. Es el primer caso de esta naturaleza, gente abrasada por las llamas, cuerpos calcinados. Todos los muertos víctimas de su temeridad, por la imprudencia e impertinencia ante el peligro. Si juegas con fuego te quemas.

 

He tenido la oportunidad de revisar material audiovisual, videos, audios, documentos de cómo las personas envalentonadas  formaban un “frente de resistencia”, —material que ha circulado a través de las redes sociales— para evitar que elementos del ejército mexicano pudieran entrar a los pueblos e inhabilitar las tomas clandestinas.

 

Incluso en un material se puede escuchar la voz de un individuo manifestando “Grábale bien. Aquí estamos pu…” Y en otro —que Facebook me ha censurado— se capta también la voz de alguien que pregunta ¿Quién ver […] está fumando cigarro? Y el mismo indica un nombre: —“Pecho”. También se puede escuchar algunos nombres más, en el afán de distinguir quién es quién entre los individuos que yacen tirados, quemados. Indican que unos pertenecen a determinado grupo: «Es gente tuya» «Allá está tu contador» «Ahorita viene la “troca”». Cuerpos quemados —diseminados a través del campo de alfalfa—. Gritos lastimeros que imploran ayuda. Robert, Quino, Chupa y Mamay, entre otros tienen que aguantar la “res”.

 

Viví durante muchos años cerca de la “línea” de ductos de PEMEX. A lo largo de dicha línea se pueden apreciar postes pintados de amarillo de los que cuelgan letreros con la advertencia de una calavera de color negro que advierte en su leyenda “Peligro”. No excavar. No perforar. No construir.

 

A lo largo de los años, desde que tengo memoria, familiares y vecinos le teníamos miedo —le tenemos miedo— vivimos con la zozobra de una posible explosión en los ductos instalados a escasos metros de nuestras viviendas.

 

¿Para dónde correremos? ¿Qué haremos si llegara a explotar o reventar un ducto? Líderes y autoridades demandaban a la paraestatal contar con un atlas de riesgo y un plan de protección civil para los vecinos asentados a lo largo de la “línea” de ductos.

 

Nunca nos atreveríamos a ir a ver un derrame, una explosión, mucho menos perforar un ducto. La mayoría de los habitantes de mi pueblo es gente pobre, gente honesta que vive honradamente con el salario de un trabajo decoroso, en algunos casos mal pagado. Ni de chiste se nos ocurriría “ordeñar” un ducto, mucho menos ir por gasolina a granel.

 

El miedo aún subyace.

 

Para la anécdota. En 1996 ya se tenían los primeros reportes de tomas clandestinas a escasos metros de las carreteras de tránsito federal y caminos rurales. En una de ellas, un amigo encargado de la seguridad de PEMEX me indico que tenía conocimiento de una “fuga” en un ducto.

 

Después del aviso llegué al lugar de los hechos —sin que hubieran trascurrido más de diez minutos— se trataba de una fuga en una línea de amoniaco. Mi experto amigo se perdió entre caminos y veredas. No pudo dar con la zona. Este descuido le costó la permanencia en su lugar de adscripción, un castigo severo y más.

 

Los pobladores de las colonias vecinas, ejidos y comunidades estaban todos en pánico porque desconocían la magnitud del evento, la dimensión de la fuga, y carecían de un plan de emergencia para hacer frente a la contingencia.

 

Mi imprudencia me llevó a pasar cerca del lugar del siniestro. El amoniaco llenaba las vías respiratorias. La situación —por la dirección de los vientos— afectaba a unas comunidades más que a otras. Respirar se antojaba imposible. Debido a la celeridad en el manejo de la información —a través de mi reporte— las fuerzas castrenses y Protección Civil en sus diversos niveles hicieron acto de presencia casi media hora después.

 

Ver niños, mujeres y ancianos afectados —si no intoxicados por estar expuesto al amoniaco— los malestares que presentaban, indicaban que debían ser atendidos inmediatamente. Personal de PEMEX me exigía disminuir la magnitud de los hechos, nunca les hice caso.

 

Cómo se acostumbra, normalmente, el área fue acordonada hasta que se reparó la fuga.

 

En Tlahuelilpan la situación fue distinta.

 

La fuente de vida —de combustible— que expuso el modus vivendi de la población de “Tlahue” se transformó, en instantes, en mensajera de muerte.

 

Una población acostumbrada a las prácticas del “huachicoleo”, —se puede intuir desde la organización y disposición de las tomas instaladas “en caliente”, “tomas permanentes”, los “chupaductos”, el pago a los “tapiñeros”—, —según lo manifiesta Ana Lilia Pérez en su libro “El Cartel Negro”— no fue sorprendida. Llevar los bidones de gran capacidad y recipientes diversos deja entrever que todos estaban familiarizados con el robo de hidrocarburos.

 

La muerte sorprendió, calcinó, borró de la faz de la tierra a quienes antes danzaban al dios del huachicol, la alegría desbordada se transformó en llanto y plegarias. El robo de combustible exigió su cuota de muerte. Hasta el momento de escribir se indicaban 85 víctimas de la imprudencia y la estulticia.

 

Eliminar el problema se me antoja un esfuerzo de titanes.

 

¿Serán necesarias otras desgracias —de mayor o igual magnitud— como lo sucedido en Hidalgo para que quienes se aprestan para este ilícito comprendan que ése no es el camino correcto?

 

¿Deberá el gobierno federal endurecer y recrudecer las estrategias para el combate a este mal?

 

¿Está el gobierno federal consciente para poder distinguir al pueblo honesto y trabajador —que no debe ser reprimido— de verdaderas organizaciones criminales disfrazadas de pueblo?

 

¿Se cambiará la estrategia de combate al robo de hidrocarburo para asestar verdaderos golpes maestros?

 

Lamentable la pérdida de vidas. Siempre el dolor y la muerte anidarán en el ánimo del público. La vida vale más que treinta mil litros de gasolina.

 

Y como colofón, la muerte del líder huachicolero en Hidalgo, “La Parka”.

 

La desgracia en “Tlahue” llegó antes del eclipse de sangre, porque la muerte huele a huachicol.

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