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LA NOCHE DE LOS NAHUALES || Por Benjamín M. Ramírez

by Benjamín M Ramírez

BAJA CALIFORNIA, diagnóstico: estado crítico.

 

Mientras escribo la música se escucha a muy altos decibeles. Es música para corazones adoloridos. Los Bukis y “Otra navidad sin ti”, José Alfredo Jiménez, y “Amarga navidad”,  se escuchan una y otra vez. La música cambia y se escucha la inigualable voz de Javier Solís y “Regalo de reyes”.

 

Es diciembre.

 

Diciembre es un mes que llega para irse… y pronto. Así como la vida, en manos del suicida.

 

Es la historia de la niña que decidió, en navidad, ahorrarse los problemas del presente, apretando su garganta con un cable de conducción eléctrica; ahogando con ello los reproches del pasado y asfixiando así su hipotecado futuro.

 

Unos gritos se acercan a la casa, me llaman. Puedo intuir que algo grave está sucediendo o acaba de suceder: corro hacia el lugar donde se arremolina el gentío. Me indican que pase. Unas tres personas se apretujan en un baño. Dos hombres sostienen un cuerpo adolescente que se balancea pendiendo del cable que abraza su cuello. Frente a mí está una enfermera certificada en urgencias médicas. Me lanza la pregunta “a bocajarro”: ¿Qué hacemos?

 

Me atrevo a decir: — ¡Bájenla! —Sin titubear. — ¿Y ahora? —La voz suena desesperada. Me percibo desarmado. —Respiración boca a boca, —indico.

 

La gente se congrega en un número mayor. Afuera del baño empiezan las preguntas incómodas. Adentro la batalla entre la vida y la muerte se prolonga. Lo ignoro pero dentro del cerebro los daños son irreversibles. La ausencia de oxígeno en el encéfalo ha reclamado su pago.

 

« ¿Por qué no me dejaste morir? —me reclamaría más tarde.

 

Diciembre es un mes que no me gusta. Es el mes que deprime por la ausencia prolongada de los seres queridos, del amor que se fue para no volver, de las infidelidades que se asoman en puerta, de los divorcios. Diciembre es el mes del adiós.

 

Ya lo dijo José Alfredo Jiménez: “diciembre me gustó pá que te vayas”…

 

Diciembre es el mes y Acteal es la tragedia. Es el crimen de Estado y 21 años de impunidad. Se castigó a un puñado de indígenas, muchos de ellos encarcelados, —violado el debido proceso—, sin defensoría de oficio y juzgados, sin comprender una sola palabra de español.

 

Estaba preparándome para tomar un refrigerio entre la imparable actividad de fin de año, días antes de navidad. —Se ha suscitado una masacre en los altos de Chiapas, —me informan. Presuroso corro para obtener mayor información. Fue en vísperas de navidad de 1997. Lo recuerdo, bien.

 

Mujeres —algunas embarazadas—, ancianos y niños fueron brutalmente masacrados. A las embarazadas les abrieron el vientre para arrancarles a los bebés como mensaje fulminante de aniquilación del pueblo Tzotzil.

 

Para salvar la vida, muchos pusieron distancia entre el lugar de la ejecución multitudinaria y corrieron adentro de la selva durante más de siete horas.

 

La historia en Chiapas tal parece que es cíclica. Actualmente muchos son los desplazados. El odio ancestral y la falta de acercamiento entre los pueblos parecen el preludio de una nueva tragedia.

 

Acteal me recuerda a la voz cansina de Zedillo Ponce de León manifestando su dolor por los hechos y la promesa vana de dar con los responsables y castigarlos. 21 años sin responsables,  45 muertes y la impunidad.

 

Acteal es la muerte del justo Abel cuya sangre clama desde la tierra hasta el cielo.

 

Diciembre no me gusta —me comenta una compañera de trabajo. —Mi padre murió en estas fechas y siempre hay un lugar vacío en la mesa que nunca se ocupará nuevamente jamás. Quiero ser solidario con ella pero me quedo con las ganas: recuerdo que en Navidad, antes de asistir a misa, un ser querido sufrió un infarto al miocardio, fulminante. El recalentado se quedó en la estufa, frío como la muerte.

 

No me gusta diciembre porque es un mes con sus gustos, sus gestos y gastos.

 

Es el mes del detalle y del abrazo, afectuoso o fingido, de la solidaridad y de la indiferencia, de la pobreza y la opulencia, de los encuentros y desencuentros, de las partidas y despedidas, del suicidio y de la vida.

 

Es el mes del Niño Jesús y del dios Sol, es el mes de la depresión y de la alegría, fingida o vívida, es el mes del frío del alma y del cuerpo.

 

Es diciembre, el mes de las luces de colores y de la obscuridad, de las despedidas sin retorno y de las explicaciones vanas, es el mes en el que te pierdes o te descubres.

 

Diciembre sabe a olores cálidos, vacíos y plenos.

 

Diciembre también es el mes de los informes de las autoridades locales, que se vanaglorian y se ufanan de haber construido la obra pública en beneficio de sus gobernados. De ahí la rebeldía de los alcaldes: ya no habrá moches ni presupuestos inflados ni desviados para el pago de deudas.

 

Diciembre en sí es un mes que, en esencia, no me gusta.

 

Diciembre es la ausencia de pago para los servidores públicos en varios estados de la federación: Baja California, Michoacán, Tabasco y otras entidades encabezan la lista de los que le deben el pago de salarios, aguinaldo y otras prestaciones a sus empleados. El sector educativo es el más golpeado.

 

Los jubilados y pensionados en Baja California claman para que alguien les brinde una solución pronta y expedita. Ya no están para esperar.

 

El gobierno de Kiko Vega anunció que les pagaría “en abonos chiquitos”, en parcialidades. Ya se anuncia una mega marcha para demandar el pago que se adeuda a los profesores y, ante la falta de transparencia, una auditoría en el ejercicio del gasto público.

 

Y para concluir, el presidente del Tribunal Superior de Justicia en el Estado Salvador Juan Ortiz Morales, también reclama el pago de catorcena, aguinaldo y otras prestaciones que no han sido solventados por el gobierno estatal que encabeza Francisco Vega de la Madrid.

 

Termino: preso de la depresión, bajo los influjos del alcohol, —una familia completa con sus seis miembros—, no llegará al uno de enero; otros más perecerán en accidentes automovilísticos; unos, víctimas de una bala perdida o por congestión etílica, o quizá morirán presos por las llamas, —al incendiarse la casa que habitan—, producidas por un cohete detonado o una chispa en el arbolito de navidad.

 

La música sigue sonando. El vecino presenta el último grado de congestión alcohólica, la letra de Los Tigres del Norte y “La navidad de los pobres” lo acompaña en su último suspiro.

 

Así es diciembre.

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