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LA NOCHE DE LOS NAHUALES || Por Benjamín M. Ramírez

by Redacción tijuanaenlinea

EL REY SALOMÓN NO FUE MINISTRO DE LA SCJN O QUÉ HACE UN HOMBRE CON UN TENEDOR EN UNA TIERRA DE SOPAS

 

«— Usted pase. No hace falta —aseguró.

 

Estaba de visita en el centro de reinserción social, CERESO. Me formé en la fila correspondiente y me preparé, con vergüenza, para todo el proceso y así poder ingresar a la prisión, —aduana de por medio— y visitar a un buen amigo.

 

Quienes estaban delante de mí, hombres y mujeres —incluso niños— eran revisados exhaustivamente, incluyendo la exploración minuciosa en el área de los genitales o los pañales de los más pequeños; bolsos y alimentos, todo era inspeccionado.

 

Mi nerviosismo era notorio. Como los que estaban frente a mí yacían desnudos por el pase de revisión de rutina, procedí a quitarme la camisa, pantalón y zapatos. Apenas había intentado quitarme la ropa, la voz del guardia me sacó de mi ensimismamiento, —no lo haga. —Usted pase. —No hace falta, dijo.

 

Recién cumplía los dieciséis años. Y para la anécdota, era mi primera visita a un CERESO. Con todo lo que había leído del Palacio Negro de Lecumberri, haber visto las películas de “El Apando”, “Los hijos de la calle”, “Celda 211”, —entre otras— se me antojaba un cuadro dantesco al que ingresaba.

 

Pasé a la visita ordinaria con el amigo preso, su esposa “le echó la judicial” por no cubrir la obligación de dar alimentos. Ya llevaba casi tres años de prisión por el delito del que se le acusaba y aún no recibía sentencia. La persona que me acompañaba pidió “amablemente” a que pasará a hablar con el juez que llevaba el caso, —Tú sabes, porque has estudiado o debes saber —afirmó.

 

Preguntando aquí y allá, de una mesa a otra, de una oficina a otra, tocando puertas, pidiendo disculpas una y otra vez, por fin llegué con el juez de lo familiar. Me recibió amablemente, sin altanería ni soberbia, con un gesto que invitaba a hablar con confianza.

 

Le expuse el caso, la esposa demandaba una cantidad exorbitante. Detrás del escritorio límpido, el juez se veía imponente —me aseguró que ya había fijado una fianza muy por debajo del monto reclamado por la querellante. Con un gesto amable, bonachón, me comentó que sí podía pagar la fianza lo hiciera y que mi amigo saldría de inmediato o que mejor llegara a un acuerdo con la esposa, la fianza no beneficiaba a nadie, ni siquiera al Estado. —Es un dinero que está ahí, dando vueltas, aseguró. —Mejor platica con ella para llegar a un buen acuerdo, que retire la denuncia y le das el dinero a la esposa, expresó. —No quiero que me ofrezcas nada ni te lo voy a aceptar, piensa en los niños, concluyó. Y volvió la vista a un montón de expedientes por revisar.

 

El acuerdo se llevó a cabo. Mi amigo no había recibido sentencia debido a la carga de expedientes de un CERESO a reventar que superaba en mucho para la capacidad instalada. Lo poco que puedo describir de mi visita al reclusorio no es ni siquiera una ínfima parte de lo que ahí se vive: autogobierno, internos sin culpa, sentencias pírricas, impúdicas, risibles, impensables, irrisorias.

Nunca supe el nombre del juez. Lo que sí sé es que la experiencia vivida no se olvidará jamás. La tarea del juzgador no sólo es sentenciar, condenar a purgar “dos mil años de prisión”, sin que exista en toda lógica cuerpo humano que pudiera cumplirla. Entonces, por qué no orientar, disuadir, encomendar, ser severos en los casos que así lo ameritan, aplicar la sabiduría y el sentido común, en síntesis, aplicar la justicia y el derecho.

 

México tiene una deuda eterna y ésta es la falta de justicia. Ahí radica la verdadera vocación del juzgador, del que tiene en sus manos la aplicación de la ley. ¿Por qué cuando existen errores en el proceso no se castiga al que lo haya cometido? La liberación del presunto delincuente es inminente.

 

Acteal, Guardería ABC, Tlaltaya, Ayotzinapa, el 68, y otros tantos delitos de lesa humanidad han dañado nuestra paupérrima sociedad carente de justicia, de no otorgar a cada uno lo que le corresponde, posicionando con ello a quienes la han dañado y ennegrecido el panorama con escenas aterradoras de crímenes cuyos perpetradores no han sido castigados o nunca se le castigará por la inmensa ola de corrupción del que adolece el aparato judicial. Irrisorio es que la inhumación ilegal o la desaparición forzada no sean declarados delitos graves y que no se persigan por oficio.

 

Vi, a través de muchos años, reclusos purgando penas por difamación, perjurio, homicidio, adulterio, alteración del orden y la paz pública, obstrucción de vías de comunicación, bloqueos de carreteras, robar energía eléctrica.

 

En el último amparo colectivo al que he recurrido ante la justicia, el argumento esgrimido por el poder judicial fue que “Nadie se puede amparar en contra de la Constitución”. Y lo único que solicitamos era que se eliminara los efectos retroactivos de un artículo transitorio de una ley secundaria, así como ellos. Sólo que los integrantes del poder judicial y sus órganos de gobierno son juez y parte.

 

A pesar de los salarios exorbitantes en un país empobrecido los integrantes del Poder Judicial en México le quedan a deber a cada ciudadano una deuda impagable, en justicia, lo que le corresponde.

 

Ante este panorama puedo decir que los integrantes de Morena en la Cámara de Diputados han sido “chamaqueados”, y en la Cámara de Senadores, la experiencia para el cabildeo y llegar a acuerdos que beneficien los cotos de poder de los de siempre, ha sido manifiesta. A la aplanadora MORENA le falta colmillo, audacia, maña, osadía y malicia para blindar sus propias leyes: “Se derogan todos los artículos que contravengan este ordenamiento”.  Pugno por la desaparición de poderes.

 

A la justicia mexicana le hace falta jueces con sabiduría, así como el Rey Salomón, o de lo contrario, tal como lo afirma Jordi Sierra i Fabra, en su novela “Un hombre con un tenedor en una tierra de sopas”, vivimos y seguiremos viviendo teniendo un tenedor en una tierra de sopas.

 

Es cuanto.

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