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LA NOCHE DE LOS NAHUALES || Por Benjamín M. Ramírez

by Redacción tijuanaenlinea

LA CIUDAD Y SUS MUERTOS.

 

Me gusta noviembre. Es un mes para recordar a quienes no se encuentran con nosotros porque han emprendido un viaje sin retorno, cruzado el umbral de lo desconocido o esperan, perezosos e inamovibles, el día de la resurrección.

 

Noviembre es un mes de puentes. Inicia siempre con el día de muertos y termina con el fin de semana largo del 20, en las vísperas del fin de año: adviento, navidad y año nuevo.

 

Es noviembre un mes de lágrimas y también de esperanzas.

 

El tiempo siempre espera y el mes no es la excepción. En este lapso se recuerdan a todos los difuntos: buenos o malos siempre son recordados con cariño. Al fin y al cabo, la muerte acaparó sus bondades y maldades. Y si existe un más allá habrán enfrentado un juicio previo, antes del juicio final, en donde todos podremos vernos de nuevo.

 

Es noviembre el mes de los responsos, rezos y oraciones, mes de lamentaciones y reproches: la ocasión propicia para preguntar la futilidad de los decesos de quienes deberían estar vivos y de quienes, por justicia, ya deberían pernoctar en la noche eterna.

 

Frente a éstas y otras preguntas no hay respuestas. El infinito sigue siendo insondable e insoslayable.

 

Ineludible, es la muerte.

 

El contacto con la muerte siempre se da en un momento determinado en la vida del individuo. Es el contacto entre lo que vive y lo que muere. Es la muerte lo que me permite vivir día a día hasta encontrarme frente a frente con ella. Entonces llegará la negación, la aniquilación de todo lo vital.

 

Muere el hermano, el primo, el amigo, el conocido y mueren por circunstancias evitables: un choque, una borrachera, un disparo, un asalto, un desliz, una aventura.

 

En México tenemos un superávit de muertos y de cadáveres. El servicio médico forense, SEMEFO, de algunas ciudades, se encuentra ya rebasado en su capacidad operativa y de almacenamiento de cadáveres. Y a nadie le interesan los motivos ni las causas de los decesos, ni el dolor de sus deudos o el olor nauseabundo que despilfarran los centenares de despojos que reclaman cristiana sepultura.

 

Los muertos y desaparecidos con Calderón compiten en un combate desigual: Faltan pocos días para saber la cifra con la que la administración del presidente Peña Nieto cerrará su sexenio, quién ha superado la marca de su antecesor desde marzo pasado. Y los muertos se siguen contando: más de 234 mil muertos y más de 30 mil desaparecidos según algunas estimaciones, entre los dos sexenios.

 

En Tijuana ya rebasamos los 2 mil muertos y el ejecutómetro sigue contando, con un SEMEFO saturado y la imposibilidad de la construcción de otro por las protestas de vecinos.

En tanto algún alcalde mande a “María” para explicar el número de decesos en la ciudad, demostrando con ello su desinterés y apatía, anomia e incapacidad, seguirá la cosecha de cadáveres.

 

Todos los días, sin ser ya noticias, las ejecuciones a lo largo y ancho del país constituyen la convivencia cotidiana del ciudadano en contacto con la muerte. Anodino y aletargado frente a tanta sangre.

 

¿A quién debemos recurrir, nosotros, ciudadanos indefensos ante la omnipresencia de la muerte fútil, lleno de vacío y vastedad con cuerpos vivos dispuestos para la mortaja y el ataúd?

 

Es el ciudadano de bien el  que despierta añorando con nostalgia los buenos tiempos en los que se podía vivir y convivir sin tener “el Jesús en la boca”, sin miedos o pesares sobre un futuro incierto, inseguro y trivial.

 

Es noviembre, el mes idóneo para exigir y reclamar tanto desaseo a quien ya hizo las maletas, se ha amparado para no ser investigado, y ha dejado a un lado la responsabilidad irrenunciable del estado de derecho de garantizar la paz y seguridad públicas.

 

Es México una tierra donde las cruces florecen por la siembra de cadáveres, de muertos que esperan una explicación a su deceso, de cuerpos que reclaman ser encontrados y que merecen justicia.

 

Es nuestra nación un tapiz, un palio, construido con los huesos de quienes yacen en el olvido, del desinterés, de la desidia y del abandono gubernamental, de quienes no han prestado oídos al dolor de miles de deudos que buscan y seguirán buscando hasta encontrar la verdad.

 

Es este país el que registra la cifra más alta de muertes sólo equiparables con países con guerra declarada. Es México, el segundo país más letal del mundo.

 

Es noviembre, mes de los muertos, de rosarios y oraciones, también de esperanzas en mejores días venideros.

 

Noviembre es el preludio de una nueva era.

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