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LA NOCHE DE LOS NAHUALES || Benjamín M. Ramírez

by Benjamín M Ramírez

Adolescente. Catorce años. Enamorada y embarazada. Dos meses de gravidez. Los padres desconocen el hecho. La comunicación de la gestación a su Romeo provoca un vendaval de emociones en el jovenzuelo. No acepta la realidad que le reclama, le exige, le interroga. Ellos están solos. Él, con un sinnúmero de promesas, la cita en su nido de amor: una casa a medio construir y abandonada.

 

Llega la hora de la cita. Es media tarde. Ella lo ignora pero tiene una cita con su verdugo y con él, llegará la muerte. Él matará a los dos. Al amor de su vida y a la vida que se gesta en las entrañas aún pueriles. Discuten. Los reclamos por los descuidos y los cuidados omitidos. Sí responderá o no a una obligación legal y moral, la honra, el empleo y la juventud desechada tan temprano para asumir el rol de padres. Él niega la paternidad. Acusa de que no ha sido el único hombre en la vida de la joven y fue el primero el que deshojó la rosa que estaba en sus manos. La discusión sube de tono. Empieza el primer golpe. El segundo. Después del tercer impacto de su puño en el rostro sangrante de la vida que está en sus manos el destino, de la joven vida y su bebé nonato, ya es irreversible. Para ella es imposible defenderse. Nunca esperó que su amor fuera capaz de hacerle daño. Le entregó vida, alma y corazón, la dote de su doncellez, en su inocencia se le fue la vida. Él la estranguló. Empleó una cuerda que llevaba ex profeso. Trató de ocultar el cuerpo en vano. No tuvo mayor lucidez para ello que prenderle fuego. Los vecinos alborotados por el humo y el fuego averiguaron de qué se trataba. Encontraron al homicida cerca del cuerpo con el afán de provocar mayor daño al cuerpo inerte, y tibio aún, para evitar que la reconocieran. No tuvo tiempo para escapar. Los vecinos llamaron a la policía. Aún purga los primeros meses de una sentencia en años que todavía no llega.

 

Catorce años. Se enamora de un hombre mayor que no quiere nada serio con ella. Sólo se divierte en cada cita amorosa en cualquier motel de paso. Ella queda embarazada. Se lo comunica a su amante. Él debe saber cómo resolver “el problema”. Se comunica con un amigo, de esos que saben cómo lidiar con este tipo de casos. Le recomienda a varios médicos “espanta cigüeñas”. Uno a uno se rehúsa a interrumpir el aborto.  La gestación ya lleva varios meses. Consigue unas pastillas abortivas. Llega con un médico que se “avienta” el paquete. El galeno ocupa una de las diversas técnicas abortivas efectivas. El cuerpo del nonato sale a pedazos. La madre desea conocer “al menos” el sexo de su vástago. Logra salir de la “operación” clandestina que deshace en retazos lo que fuera, hasta unas horas antes, un cuerpo aún tierno. Anticipadamente se llega a un acuerdo sobre el costo. Un poco elevado porque “ya estaba” grande.

 

El precio por el homicidio se pagó en efectivo. La muerte del bebé en gestación le brindó tranquilidad al padre y preservó la honra de la madre aún adolescente. La clínica clandestina era “muy conocida” incluso por las propias autoridades. ¿Hubo culpa alguna? ¿Castigo? ¿Se persiguió de oficio a los involucrados? No.

 

La ley contempla las causales en los casos de aborto. Al menos en Baja California se protege la vida desde su concepción. No es en ningún caso una perspectiva retrógrada, religiosa o pro-vida. Es un enfoque humanista. Castigar a alguien por un delito que no ha cometido es irracional, ilógico e insensato. Lo mismo sucede con el nonato que no ha cometido delito alguno porque no tiene la capacidad para perpetrarlo, no ha estado en el lugar de los hechos, no se cuenta con las agravantes del delito: premeditación, alevosía y ventaja. Aun así, se le castiga con la pena capital,  con la muerte, sin defensor de oficio, sin juicio de por medio, y con vicios en el debido proceso. En cada bebé abortado se produce lo más insensato en un estado de derecho, el respeto a la vida como uno de los derechos fundamentales de los derechos humanos.

 

El aborto no es bueno porque está en la ley ni porque lo acepta la mayoría. El hecho de que esté en la ley no significa que sea justo. Habría que preguntarle a un tirano, la aplicación de la ley por los nazis o la ocupación de la franja de Gaza por parte de Israel. Ningún niño debe morir. Tienen mayor protección los animales que un ser racional en potencia, según los principios aristotélicos.

 

El gol llegó. La nación enajenada celebra. Ovaciona con pasión su frustración milenaria. Ya borracho, ya en la algarabía que caracteriza al mexicano que todo celebra. Tenemos un nuevo héroe nacional. Uno que ha trasformado la expectativa en realidad. Los sueños en aspiraciones por el quinto partido. Un gol que ha transformado a una nación de caballeros águilas en pingües autómatas dominados por la “screencracia”, sometidos y alineados. Es de esperarse para los seres manipulables por el fondo falso de sonido ambiental de un estadio inventado, por coros inexistentes y gritos de cientos de personas que logran acallar la de miles de asistentes en un estadio a reventar.

 

Eduardo Galeano relata: Vinieron. Ellos tenían la biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: «cierren los ojos y recen». Cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la biblia.

 

Así ha pasado. Mientras coreábamos el gol, se alistaba la propuesta de privatización del agua. Un agua más cara, privatizada y concesionada a perpetuidad, el aumento a tarifas domésticas. Las protestas podrán ser acalladas por el ejército con el parapeto de la Nueva Ley de Seguridad Interior.

 

Siga celebrando.

 

Festeje todo lo que quiera como el estanciero que sueña, como sueña cada mexicano. ¿A qué le tiras cuando sueñas mexicano? Así como Anaya que con tabletas pretende desplegar el progreso del campo. Falta desarrollar aplicaciones para monitorear que el zanate no se lleve la semilla de una abundante cosecha fruto de la innovación y de la propuesta de Anaya. Esto es desconocer la realidad.

 

Aquel día, el sermón del Maestro se redujo a una sola y enigmática sentencia.

 

Se limitó a sonreír con ironía y a decir: «Todo lo que yo hago aquí es estar sentado en la orilla y vender agua del río».

 

Y concluyó su sermón.

 

El aguador había instalado su puesto a la orilla del río y acudían miles de personas a comprarle agua. Todo el éxito de su negocio dependía de que aquellas personas no vieran el río. Cuando, al fin, vieron, él cerró el negocio.

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