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Opinión || Iván Márquez

by Redacción tijuanaenlinea

Fue inútil. De nada sirvió buscar en el fondo de las tazas de café la respuesta y postergar por lapsos vergonzosos el escrito. Agotado de revestir párrafos con eufemismos baratos, pretendí proteger egos vulnerables, termine aceptando mi fracaso, pues no existe elocuencia alguna, capaz de ocultar el hastío que emana de un estómago paternalmente acostumbrado a cobijar con recato las impertinencias ajenas.

 

La proliferación de personajes ambiguos en el rescate animal, hace imposible dejar pasar desapercibida la sed de protagonismo que atenta contra la pureza de una causa altruista. Seguro que coincidiré con varios en opinión y me atreveré a decir que si el egocentrismo consolador de baja autoestima fuera motivo de exclusión para el acceso a redes sociales, a todas ellas la merma de usuarios les llevaría al punto de la quiebra, me refiero a los autodenominados ángeles, por su labor de rescate de perros y gatos. Cuyos ridículos espectáculos en las redes están invariablemente constituidos por la insaciable búsqueda de justificación a su falta de efectividad mediante la crítica a quien sobre sale, opacándoles y reduciendo a una mera competencia la nobleza de la procuración del bienestar ajeno. –¿En qué  momento dejó de tratarse de los animales para convertirse en suplemento de carencias afectivas y emocionales?- Difícil de contestar.

La clasificación de activistas incongruentes es tan amplia como la del maltrato en sí. Están desde los que viven una realidad alternativa con tramas y personajes ficticios, hasta los que explotan el morbo y el dolor para subsistir, quienes se cargan méritos ajenos y quienes se adjudican títulos nobiliarios con la palabra “rescatista”, adquiriendo ilusoria autoridad para juzgar o actuar en impunidad.

En los últimos años, la genuinidad de la defensa de los derechos de los animales se ha visto comprometida, reflejándose en la falta de apoyo y deserción de voluntarios. Cada vez se nos tilda más de locos, fanáticos y desadaptados.

Ahora en el medio animalista abunda el conflicto cuando los necesitados siguen sobrando. Se organizan hordas de linchamiento tan enardecidas como deseosas de encontrar receptores de esa ira, pero por fortuna se apagan junto con la computadora, es paradójico cómo las agallas son  directamente proporcionales al número de likes en una publicación, olvidando que actuar en reserva y en el momento siempre es lo más efectivo.

-¿Y cómo entonces diferenciamos a la gente que rescata y se preocupa verazmente por los animales de la que no?.. ¿Cómo sabremos quién recoge perros porque de pequeño le faltaron abrazos?- La respuesta es bastante sencilla: genuino es quien hace las cosas porque le nacen y no para contarlas, quien pide apoyo y no aplausos, quien atiende a sus perros y no al morbo de las publicaciones.

En lo personal nunca me ha gustado el término “rescatista”. No se requiere ser tan perspicaz para darse cuenta que son ellos quienes terminan rescatándonos, pero sí se precisa humildad para comprender la manera en que lo hacen. Independientemente de lo egocéntrico del término y de la moda en la que se ha convertido el rescate, existen personas y muchas, que mantienen la pureza en el alma y a quien vale la pena seguir ayudando, admirando y compartiendo sus acciones, con el objetivo de contagiar a nueva generación de personas comprometidas que rediman algún día lo que tantos “ángeles” vinieron a desgraciar.

 

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