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LA NOCHE DE LOS NAHUALES || Opinión de Benjamín M. Ramírez

by Benjamín M Ramírez

Quiero retraer la memoria en cosas del pasado, a la historia misma. En la época en la que la voluntad del soberano era la voluntad divina, absoluta, sin cortapisa. ¿Eran otros tiempos? De qué forma y de qué manera los otrora ricos de la antigüedad extienden aún su influencia en los tiempos actuales, cuya permanencia se percibe en los roles de ricos y pobres, privilegiados y desfavorecidos, explotados y explotadores, gobernados y gobernantes, soberanos y plebeyos pero para algunos es al revés.

 

En el dominio del pensamiento ancestral, ésa, la cultivada en épocas pasadas que funde la realidad aplastante del que nace para servir y que perdura con todos los mecanismos de dominio, desde la televisión, la propaganda, la educación, la familia y la religión y que permean la mansedumbre y un sistema doctrinario en favor del opresor, que fortalecen las cadenas invisibles de la esclavitud, ancladas a estacas imaginarias de gigantes apresados en celdas de unicel, aunque se piense que es al revés.

 

¿No será que muchas cosas que se piensa que están de cabeza en realidad sí lo están? No sólo existe en el imaginario colectivo de las mentes de los oprimidos que creen ser libres cuando en realidad no lo son, peones en el ajedrez del poder supremo que todo lo supone y que en realidad no lo es.

 

Imagino en estos momentos la “Pax Romana”, periodo de esplendor que significó para Roma la paz y la tranquilidad, no así en los pueblos ubicados en las fronteras del imperio. Pienso en la paz de los sepulcros pero no en la novela de Jorge Volpi. Me refiero a la paz porfiriana, donde imperaba el “mátenlo, luego averiguamos”,matarlos en caliente”. Ayer, con Porfirio Díaz, imperaba la frase mágica, ésa que trae paz y prosperidad: “Paz, Orden y Progreso”. Lema del positivismo que se traduce en nuestros días, en ola incontenible de violencia que lacera a los más vulnerables, a una gran mayoría, que temerosa, se refugia en sus miedos y se encierra en silencios apagados con la falsa idea de que las cosas que piensa que están de cabeza en realidad no lo están.

 

Era la paz anquilosada para asegurar el progreso. Era la ociosidad de los muertos, de los cadáveres en las veredas y terrenos baldíos la que aseguraba la tranquilidad del uno por ciento de la población que vivía en la abundancia, en la opulencia, soberbia e insultante, de la clase privilegiada, sometiendo al noventa y nueve por ciento restante de la población a la servidumbre, a la obediencia ciega, a la miseria y el encadenamiento a deudas impagables por generaciones y generaciones.

 

Hoy, como en los tiempos antes de la revolución, los ricos hacendados y saqueadores del país no están dispuestos a perder los dispendios del poder. Aseguran el statu quo con base en la muerte, en la opresión y la ignorancia aunque se piense que es al revés.

 

El pasado 22 de marzo del presente año, en su discurso, en el marco de la inauguración del “Centro de Tecnología para Aguas Profundas” del Instituto Mexicano del Petróleo, aseguró el presidente:

 

“Cancelar la Reforma Energética es, prácticamente, condenar a la desaparición de las inversiones que hoy demandan certeza. Hoy se han comprometido ya, hacia los próximos años, inversiones del orden de 200 mil millones de dólares que no se hubiesen comprometido ni estuvieran hoy pactadas, ni contratadas, si no hubiese habido la Reforma Energética”.

 

Dijo que  “implicaría que los mexicanos tengan que pagar esos 200 mil, y en los próximos 15 años, los 600 mil millones de dólares que demandará el poder reponer la producción petrolera que el país perdió”. ¿Qué significa pagar centavos más, centavos menos? Hagamos bien las cuentas.

 

Ya estamos pagando el FOBAPROA y lo seguirán pagando las generaciones venideras. Unos cuántos milloncitos más, ¿Qué suponen? ¿Por qué tenemos que pagar lo que no nos hemos gastado? ¿Por qué los beneficiarios de dichos capitales no son los que lo pagan? Hagamos bien las cuentas.

 

Retomo algunas ideas en esta Semana Santa de asedio comercial, de control. ¿Cuál es la realidad que en realidad vivimos? ¿Ésa, en la que muchas cosas que se piensa que están de cabeza en realidad no lo están? ¿O es la realidad, la realidad como construcción social, artificiosa, amañada, la del país, donde “La gente de una nación dividida sufre más por los que usan la división para su beneficio político que por la división misma”?  ¿O la realidad aplastante que exige una reacción inmediata de ciudadanos que, optando por la paz, incida en una lucha encarnizada en contra de la corrupción y el hartazgo y encono social? ¿Pero algunos lo ven al revés?

 

A Jesús, el Cristo, lo mataron por inmiscuirse en situaciones de justicia y dignidad. De involucrarse con el oprimido haciendo de éste sujeto de su propia liberación. El Mesías denunció las prácticas recurrentes del poder: el alza de impuestos, la opresión, la injusticia y la violencia desmedida en contra de los más desfavorecidos, excluidos y relegados. Hoy los pobres, los obreros, los jóvenes y los niños claman por una esperanza que le dé sustento a sus sueños.

 

El Gólgota del mexicano es una realidad. Hasta hoy no hay y no habrá resurrección. Es nuestro Viernes Santo de pasión y muerte y sólo aparecen la vía del dolor, el Gólgota y miles de sepulcros vacíos que esperan los cuerpos crucificados, martirizados y desaparecidos por cuenta del imperio.

 

Quiero terminar con un fragmento del pastor de los pobres, Don Pedro Casaldáliga respecto al martirio de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980, en San Salvador:

 

“Te recordamos tanto porque te necesitamos, Romero, hermano ejemplar. Tú nos animas, tú sigues predicándonos la homilía de la liberación integral. Tú sigues gritando “cese la represión”, a todas las fuerzas represivas en la Sociedad, en las Iglesias, en las Religiones. Tú nos adviertes que “el que se compromete con los pobres tiene que recorrer el mismo destino de los pobres: ser desaparecidos, ser torturados, ser capturados, aparecer cadáveres”, y nos recuerdas que, comprometiéndonos con las causas de los pobres, no hacemos más que “predicar el testimonio subversivo de las bienaventuranzas, que le han dado vuelta a todo”.

 

Confiabas –y no te vamos a defraudar- que “mientras haya injusticia habrá cristianos que la denuncien y que se pongan de parte de sus víctimas”. Tu sangre, como pedías, es verdaderamente “semilla de libertad”.

 

¡Queremos pastores como Mons. Romero!

 

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