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LA NOCHE DE LOS NAHUALES || Benjamín M. Ramírez

by Redacción tijuanaenlinea

Si el presidente no puede, nadie puede….

 

Mes patrio es septiembre. Mes en el que abundan los gritos, los desfiles cívico-militares, las arengas de independencia, de la nación pujante, del renacimiento y el destino de una patria nueva, de las buenas intenciones, de promesas. Es la noche de grito y de silencio, del absurdo, de palabras falsas, de la embriaguez del poder y por el poder: ¡Viva Madero! ¡Viva Villa! ¡Viva la democracia! ¡Viva Porfirio Díaz!

 

¿Qué hubiera pasado si don Porfirio Díaz no hubiera atraído la fiesta de su cumpleaños a la noche del 15 de septiembre? ¿Habría noche del grito? Se debe desmitificar la historia oficial.

 

Es septiembre el mes del tequila, de las garnachas, de los panuchos y pambazos, de las tostadas, del ceviche y la carnita asada, de las cervezas artesanales, de lo “auténticamente” mexicano, como si las puertas de la globalización y su irresistible embrujo no fueran suficiente para minar y contaminar todo patriotismo inicuo e inocuo, insubstancial.

 

Con asombro he visto a lo largo de muchos años la fastuosidad de las marchas castrenses, con el porte militar que se impone, desde la figura del soldado raso y su arma de grueso calibre hasta las estrellas que deslumbran e indican el grado militar de quien los porta. ¡Firmes, ya! ¡Saludar, ya!

 

El despliegue militar en cada desfile y su imponente muestra de poderío bélico, —con armas que probablemente jamás se han visto en acción, los grupos de reacción inmediata, los Grupos o Comandos Especiales, las Fuerzas de Tarea, Contrainteligencia, Inteligencia y otras muestras de alta especialización, de élite, dentro de las filas castrenses—, sólo son una parte del poderío militar con la que cuenta este país y un presidente como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas.

 

Ante tanta fuerza y poderío, destreza e inteligencia, ¿cabe la idea de un país zarandeado y azotado por una violencia que no cesa, inclemente, omnipresente, omnipotente, que recorre al país como la última plaga que azotó a Egipto?

 

Si el presidente no puede, nadie puede…

 

Puede observar a través de la imagen difundida por la televisión la reacción del presidente electo, Andrés Manuel López Obrador ante los familiares de desaparecidos en el Segundo Diálogo por la Paz, la Verdad y la Justicia, y me  pareció ver en su rostro la incredulidad, el peso del compromiso que asume, y la imposibilidad de poder responder a las justas demandas de los familiares de los desaparecidos, víctimas de la violencia.

 

Ante la afirmación, me tengo que hincar para que atienda a mi demanda, se puede vislumbrar a los aparatos de gobierno que no han podido ni querido atender a los reclamos, el dolor y la desesperación que por días, meses y años, acompañan a los familiares.

 

Y ha sido esta indolencia e indiferencia que ha marcado a los gobiernos de los tres últimos sexenios.

 

Ahora, ¿por qué los familiares de los desaparecidos exigen a López Obrador  si aún no es el presidente en funciones? ¿No deberían acudir a las instancias de gobierno vigentes? ¿O se cansaron los familiares de las víctimas por tocar las puertas, puertas que no sólo están cerradas sino selladas a canto y lodo?

 

¿A quién se protege con la ausencia de justicia para los familiares de las víctimas? ¿Quién es el beneficiario del dolor de tantas madres que lloran por la pérdida de un hijo? ¿A quién le conviene el clima de horror y terror que enluta a los hogares mexicanos? ¿Quién debe asumir la responsabilidad por la sangre que baña a todo el territorio nacional?

 

El gran compromiso de AMLO ni siquiera es el tren Maya o la construcción de las refinerías. El gran compromiso del presidente electo es su combate a la corrupción y su ala visible: la violencia; los muertos y sus deudos, los miles de desaparecidos y la carencia de la justicia que lleve y procese a los culpables y se imponga el castigo contemplado en la ley. Por cierto una ley demasiada laxa, corta de brazos y carente de fuerza.

 

Sin duda las autoridades aún en funciones han dejado una tarea ardua, casi titánica a la administración entrante. Ellos avivaron el avispero y otro será el que capture a las avispas y otras alimañas.

 

En el 2000, se esperaba un nuevo aliciente esperanzador con la administración de Fox. Sin embargo, el foxismo jugo sus cartas con las viejas y anquilosadas estructuras del priismo, negocio previo de respetar privilegios y canonjías, al por mayor, pacto entre los grupos de poder para dejarlo “trabajar” en paz.

 

Fox tuvo miedo o fue un beneficiario de la pugna por el control. Fox pudo pero no quiso.

 

Fue Felipe Calderón el que declaró abiertamente la lucha frontal contra la violencia, en una lucha que sin orden ni estrategia previa, —en caso contrario sería todo un plan perverso y maquiavélico de soltar a los lobos tras los inocentes y desprotegidos corderos—, obtuvo como resultado  una población civil castigada en lo que el ex mandatario Calderón llamó “daños colaterales”. Un precio muy alto, pagado con sangre, y  mucha de esta sangre fue sangre inocente.

 

Calderón fue un valentón. Le entró a todo en su desesperante búsqueda de legitimidad. Y lo encontró en cada muerto, en cada desaparecido.

 

Las fuerzas del orden sólo obedecen reglas. En la línea de mando la responsabilidad es del oficial de mayor rango. “Las órdenes se acatan no se discuten”, me increpaba un amigo.

 

Con las verdaderas historias de terror relatados en cada foro de Diálogos por la Paz, la Verdad y la Justicia se debe asumir su objetivo primordial, llevar a cada familia afectada la justicia.

 

Probablemente los colaboradores de AMLO intentan duplicar el proceso de AMNISTÍA del obispo Desmond Tutú, en Sudáfrica, que dio fin al Apartheid y su incalculable dolor para víctimas y victimarios, —en la sanguinaria lucha entre blancos y negros, del odio que nace por una falaz idea de una raza suprema—.

 

Ofrecer perdón a las víctimas de la violencia sería equivalente a hablar de “la soga del ahorcado” o del “petate del muerto” en un ambiente de dolor y encono frente a una autoridad indolente e indiferente.

 

No puedo calcular el peso en la responsabilidad que asume el presidente electo frente a los familiares de las víctimas de desaparecidos que recorren predios baldíos, revisan fosas, atienden llamadas de posibles campos clandestinos, —el recuerdo me lleva a la imagen de “El Playón”, el mayor depósito de cadáveres, durante la guerrilla en San Salvador—, lo que sí puedo decir es que la deuda con los muertos despide un olor putrefacto, nauseabundo, a podrido y a corrupción en las más altas esferas del actual gobierno.

 

Porque si el presidente no pudo, nadie podría…

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